En la Navidad de 1843, Henry Cole, un ocupadísimo hombre de negocios londinense, que luego sería Director del famosísimo Victoria & Albert Museum, se desesperaba por carecer de tiempo para escribir las acostumbradas tarjetas de salutación navideña.
Influenciado por su quehacer como editor de libros ilustrados para niños, se le ocurrió contratar al dibujante John Horsley para que creara un dibujo y un texto alusivo, los que serían luego impresos en litografía y coloreados a mano!!! En ese ambiente victoriano nació, entonces, la primera tarjeta de navidad impresa.
Además de imprimir las necesarias para satisfacer su agitada vida social, Cole las vendía en su librería a razón de un chelín cada una. Cabe recordar que en esa época era el precio de una cena, así que el nuevo emprendimiento no fué muy popular que digamos…
Pero hubo, en los años siguientes, dos acontecimientos que colaboraron a impulsar la nueva empresa:
Por un lado, la creación de un arancel diferenciado para el franqueo de las postales (las «malas lenguas» dicen que Cole tenías sus influencias en asuntos de gobierno ;-)) y, por el otro, apareció un nuevo método de impresión en colores que evitaba la terminación a mano.
La costrumbre de utilizar tarjetas impresas se popularizó definitivamente cuando un hombre de negocios las llevó a Boston, Estados Unidos, donde la fabulosa demanda hizo «explotar» su negocio de impresión.
A pesar que nos propusimos atenernos extrictamente al tema de la Navidad, no podemos con nuestro genio y, como buenas mujeres de empresa, esta historia nos inspira algunas conclusiones, a saber:
Aunque en esta nueva cultura de Internet escuchemos diariamente que el «first mover» se queda con todo, la experiencia cotidiana nos muestra que, más allá de llegar primero a un mercado, es importante ocupar un lugar en la mente de nuestro target.
Desarrollar un mercado lleva tiempo y esfuerzo y la gente no cambia sus costumbres de un día para el otro, por más que los inversores «inyecten dinero».
Ya en la Biblia encontramos (Eclesiatés 003:001 al 008): «Para todo propósito hay un tiempo bajo los cielos. Tiempo de nacer y tiempo de morir. Tiempo de plantar y tiempo de recoger lo plantado … » .
En nuestra historia faltaban, por un lado, los medios tecnológicos adecuados (impresión en colores) y, por el otro, el marco legislativo (franqueo postal diferenciado).
Llegar primero no garantiza nada. Es más, si miramos atentamente, veremos que los muy adelantados no siempre lograron imponer su producto. Todavía me acuerdo de mi mamá que, cuando a fines de la década de los 60 se instalaron en Buenos Aires los primeros supermercados (MiniMax), decía: Esto no va a andar, es muy yanqui!!!
Marguerite Yourcenar, con su acostumbrada grandeza de pensamiento, nos recuerda en el cuento Fiestas del año que gira:
«….Pero limitémosnos a hablar de la Navidad, esa fiesta que es de todos. Lo que se celebra es un nacimiento, y un nacimiento como debieran ser todos, el de un niño esperado con amor y respeto, que lleva en su persona la esperanza del mundo…. Es la fiesta de los animales que participan en el misterio sagrado de esa noche…. Es la fiesta de la comunidad humana… Es una fiesta de gozo, pero también teñida de patetismo, puesto que ese pequeño a quien se adora, será algún día el Hombre de los Dolores. Es, finalmente, la fiesta de la misma Tierra… de la Tierra que en su marcha rebasa en esos momentos el punto del solsticio de invierno y nos arrastra a todos hacia la primavera. Y por esta razón, antes de que la Iglesia fijara esa fecha para el nacimiento de Cristo, era ya, en épocas remotas, la fiesta del Sol.
Parece que no es malo recordar estas cosas que todo el mundo sabe y que tantos de nosotros olvidamos.»