Era una mujer madura, todavía atractiva, elegante, educada. Se le notaba la buena cuna. Hablaba sonriendo mucho, con un gesto un poco forzado, más correspondiendo a las buenas maneras que a la alegría.
Entre otras cosas, y casi como al pasar dice: mi marido casi me mata anoche. Lo dice en un tono neutro, sin angustia, sin rabia, sin sorpresa. Descriptivamente. Y justifica: no es que él quisiera matarme pero a veces se descontrola.
Me insulta, me grita cosas terribles, rompe objetos que sabe que quiero o cosas de mi trabajo. Después se siente muy mal y me dice «negra, mira lo que me hiciste hacer». Yo me callo y espero que se le pase. Pero a mi no se me pasa. Las palabras me siguen doliendo durante mucho tiempo.
No siempre es así -prosigue-, cuando está bien es un tipo simpático, muy culto, y amable. En general los amigos lo quieren. Solo conmigo tiene esos arranques, a veces pienso que algo debo hacer yo para provocarlo. Pero nunca se qué.
Sin darse cuenta esta mujer describía las tres fases de la violencia en el síndrome de la Mujer Maltratada:
- La fase de acumulación de tensión, en la que la ansiedad y la hostilidad van en aumento.
- El episodio agudo donde esa tensión explota en violencia y
- La «luna de miel» cuando el hombre se arrepiente, pide disculpas y promete que no volverá a ocurrir. Pero después de un tiempo todo vuelve a empezar.
Se lo explico y un poco a quemarropa le pregunto: ¿Ud. sabe que esta describiendo tres delitos que están en el Código Penal?
Me mira horrorizada, tratando de no entender.
Si -prosigo-, están tipificados dentro de los Delitos contra las personas como Injurias, Intimidación y Lesiones, Ley N 21.338. O si lo prefiere, insultos, amenazas y golpes. Desde este punto de vista, Ud. esta casada con un delincuente. Pero no se asuste, para el Código Civil constituyen causa de divorcio.
Se ríe, yo no. Me quedo en silencio y empieza a llorar. Ya sabe que le creo y sé de qué esta hablando. Que no le voy a interpretar lo que le pasa como masoquismo ni como una supuesta necesidad inconsciente de provocar la violencia hacia ella. Si hay un delito, hay una víctima. Y yo no voy a entrar en el viejo juego de culpabilizar a la víctima y absolver al victimario. Mi posición esta clara. Ahora le toca jugar a ella.
Se calma, la mueca sonriente desapareció, tiene una expresión entre abatida y esperanzada. Desgrana un largo rosario de situaciones de maltrato emocional a lo largo de 25 años de matrimonio.Y para mi sorpresa agrega: pero esta vez me asusté, hasta ahora nunca me había agredido físicamente… Bueno, algunas veces me tiró cosas, me acuerdo de dos, una vez una botella y otra vez una lámpara, pero las esquivé y no pasó de ahí.
Aunque parezca un chiste, lo dice en serio. No registra la gravedad de lo dicho, ni el riesgo que corre. Pero, -continúa-, uno no se separa por esas cosas. Además, realmente creo que él me necesita, afirma con una certera intuición de lo que ella significa emocionalmente para su marido.
La violencia que por momentos no parece registrar con la cabeza sí le aparece de lleno en el cuerpo. Esta llena de tics, alergias, dolores de cabeza, un leve aunque persistente tartamudeo y una catarata de medicaciones para distintas cosas pero en donde predominan los «calmantes para los nervios».
Con el relato van apareciendo los sentimientos típicos de esta situación: impotencia, miedo, culpa, vergüenza, sensación de encierro, ideas de suicidio, el sentir que esta enloqueciendo y no sabe porqué. La rabia todavía no aparece. Para eso hace falta más tiempo.
Miro a esta mujer. A lo largo de 20 años de trabajo clínico he visto a muchas como ella. Todas tienen historias diferentes pero algo en común: aprendieron que no tienen derecho a defenderse, y a confundir amor con sometimiento.
Cuento, contamos, ella y yo, con su inteligencia y con que a pesar del conflicto de lealtades en que se siente, parece decidida a enfrentar lo que le pasa. Sabe que no esta sola. Que hay muchas mujeres a las que les pasa lo mismo. Las estadísticas dicen un 30%.
También es posible que no vuelva. Pero si lo hace podremos iniciar el camino de su recuperación, que quizás será lento y largo. Seguramente doloroso. Tal vez placentero. Espero que también fructífero.