Caminaba por la calle de Alcalá en pleno mes de junio. Treinta y cuatro grados a la sombra. El medio día madrileño se había puesto insoportable, suerte que es primavera!
Me detuve frente a un puesto callejero, justo en la entrada del Buen Retiro, para comprar un agua mineral. «…bien fría, por favor». «Aquí tienes, guapa!». Creo que el sol le estaba afectando los sentidos al buen hombre, pero ese es tema de otra historia.
Entré en el parque, recorrí la Feria del libro, elegí uno de Saramago -Cuadernos de Lanzarote (1993-1995)-, y me senté a la sombra. Estaba decidida a pasar las siguientes horas en buena compañía y al fresco. Saqué despaciosamente una manzana del bolsillo, acomodé la botella de agua en el asiento -estaba bien fría, después de todo-, y me preparé para comenzar la lectura.
Abrí el libro como al descuido, página 430, y la frase me asaltó «…a las palabras hay que arrancarles la piel…». Ya no pude dejar de leer.
El autor «desollaba» una crónica periodística:
«…Mario Conde iba a ser oído por el juez instructor del proceso promovido contra él y otros ex administradores del Banco Español de Crédito, o Banesto, como es más conocido. Decía el periodista: ‘Frente a frente, durante diez o veinte horas, Mario Conde y Manuel García Castellón van a protagonizar uno de esos episodios de nuestra historia democrática que permanecerán en la retina de todos los españoles. Sin más testigos que el procurador Florentino Ortín, el abogado Mariano Gómez de Liaño y Teresa, la secretaria…’.
La transcripción acaba aquí, lo que sigue no interesa. Las palabras que tenemos que desollar ahora son sólo estas. Observemos entonces, los nombres: Mario es, claro está, casi por antonomasia, Mario Conde, Manuel no se satisfaría con ser García, es también Castellón, Florentino es indudablemente Ortín, Gómez de Liaño está ahí para redondear el sentido de Mariano. ¿Y Teresa?
Teresa es simplemente eso, Teresa, la secretaria…
Primera conclusión: tratándose de una subalterna, de una inferior (‘Teresa, tráigame un café’), los apellidos son dejados de lado porque complicarían la fluidez de la comunicación… Muy bien.
Tiremos un poco más de la piel de las palabras, no nos preocupemos con la sangre que corre, este sadismo es de los buenos. ¿Y si en vez de secretaria fuese secretario, si en vez de mujer fuese hombre? El autor del artículo ¿habría escrito, por ejemplo, Alfonso, el secretario?
¿O le habría añadido todos los apellidos, como al hombre se debe…?
Meditemos hermanos.»
Anteriormente en la misma página:
«… Sólo me falta recomendar al lector el método en su día a día: tome las palabras, péselas, mézalas, vea la manera como se unen, lo que expresan, descifre el airecillo bellaco con que dicen una cosa por otra y venga a decirme si no se siente mejor después de haberlas desollado…»
¿Se puede agregar algo? José Saramago, con el egoísmo de los genios, lo ha dicho todo. !Bravo, portugués!!!
Nota: El texto citado pertenece a: Cuadernos de Lanzarote (1993-1995), editorial Alfaguara, 1998.