Curioso cómo los valores y la mecánica de las relaciones dentro de la empresa de familia pueden determinar cuál de las dos palabras es la prohibida: dinero o afecto. Tú, ¿de qué bando estás?
Las del bando del vil metal se caracterizan por utilizar el dinero como sustituto de las demostraciones de afecto, las cuales se ven traducidas en recompensas económicas, mejoras en los recursos de trabajo, bonificaciones a espaldas del resto del personal, adelantos del sueldo, etc.
Los reconocimientos no se comunican con demostraciones de cariño, sino con plata. «Afecto» es, claramente, una palabra prohibida.
Las que están del bando del afecto son -como bien lo dice la palabra- un amor. Pero suelen tener problemas para expresar autoridad. Una directiva o una reprimenda aparecen como acciones no compatibles con el afecto.
Son más «blandos», proclives a justificar, solucionar y subsanar todo a través del afecto y pueden tender hacia el favoritismo, mientras que los «duros», los defienden un puñado de billetes, respetarán jerarquías y condenarán faltas o conductas laxas.
Llega entonces la inevitable pregunta: ¿es posible ejercer autoridad sobre un miembro de la familia que uno quiere? Si en el marco de los propios valores está instalada la creencia de que la plata es una herramienta de poder, «dinero» es la palabra prohibida.
La empresa de familia en la cual me desempeño como Consultora Externa está teñida por la clarísima impronta del afecto y contiene una carga emotiva e histórica sumamente significativa: allí se conocieron mis abuelos, los padres de mi papá, y también en sus aulas se conocieron mis padres, como alumnos, cuando aún eran niños.
Muchas historias familiares se gestaron en el seno de la institución y hoy nuevas generaciones trabajan activamente en y para la empresa.
Los afectos siempre han nutrido el espíritu de la institución. Ello propició durante muchos años un estilo de trabajo quizás demasiado sui generis, exacerbado además por las características de la labor artística que lleva a cabo y sumado a la carencia de un liderazgo claro.
Todos estos fueron ingredientes que le patearon en contra a la empresa cuando sufrió su más severa crisis en 1999.
Crisis desencadenada fundamentalmente por un mal manejo del dinero y un inadecuado asesoramiento y que, por otra parte, casi la lleva a cerrar sus puertas. Mientras la crisis tomaba forma, los afectos seguían primando por sobre el dinero.
Sin embargo, llegado el durísimo momento de mirar al monstruo a los ojos, no quedó más remedio que comenzar a pronunciar palabras como «desalojo», «deudas», «desaparición de la fuente de trabajo», «despidos», «mudanzas», etc.
Durante aquel terremoto yo estaba de vacaciones, y en ninguno de los llamados que realicé a mi padres me informaron sobre lo que estaba sucediendo.
Al regresar me encontré con mi familia (no los directivos de la institución), reunidos en «asamblea», tratando de descifrar cómo era esto de pensar en cómo conseguir dinero, lidiar con abogados, preservar las fuentes de trabajo de muchas personas. Ningún abogado aceptaría como moneda de pago el afecto.
Todos aprendimos, luego de la crisis que afortunadamente pudimos superar, que se puede hablar de dinero con afecto, y se puede tener una relación afectuosa que involucre al dinero, sin que la plata sea «mala palabra».
Algunas personas se sienten felices «invirtiendo» afecto en los demás, otras, dinero. Será lugar común o verdad de Perogrullo: el dinero no compra el afecto, cierto. Pero tampoco alimenta los vínculos afectivos, así como el afecto no paga las deudas, ni reemplaza el relacionarse único de los integrantes de una familia.
Conclusiones
¿Mi consejo?. Mezclar medidas iguales de ambos, revuélvase bien, y cocínese a temperatura cálida y afectuosa. No obstante, es necesario que este proceso de aprendizaje en el cual conviven ambos conceptos, el del dinero y el del afecto, venga de la mano de la mirada y asesoramiento de un profesional externo, con experiencia y conocimientos sólidos sobre un tema tan profundo, ya que muchas veces no se es posible, a pesar de las ganas o la necesidad, sobreponerse a la propia historia y rehacer las cosas de otro modo por nosotros mismos.