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La Crisis de Identidad de los Géneros

Hablar de crisis e identidad de género nos ubica necesariamente en diversas problemáticas, pues la conformación de la identidad genérica se da de acuerdo a nuestro momento histórico, lugar geográfico, raza o etnia, así como de nuestros diversos ciclos de vida, lo que nos lleva a vivir nuestras experiencias y formas de existencia de una manera diferente.

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Nuestras identidades como mujeres u hombres se dan a través de factores estructurados culturalmente, transformándose de una sociedad a otra, de una época a otra o de una cultura a otra, situación que afecta nuestros modelos de formas de vida, las relaciones entre los individuos, así como sus valores, preferencias, actitudes y hábitos.

Uno de los problemas más importantes en la conformación de los géneros se centra en los periodos de transición cultural, que se caracterizan por el surgimiento de diversos tipos de crisis: económicas, sociales, morales, políticas y desde luego de género. Todas estas conllevan a la crisis de las culturas en la búsqueda de nuevas respuestas y de alternativas que respondan a las expectativas de una realidad en concreto.

En particular la crisis de la identidad de género, que además es propia de nuestro siglo y de nuestra época, se caracteriza por la pérdida de los parámetros determinantes y específicos de los géneros: es decir, la aceptación y conformación de lo que «debe ser y hacer», una mujer y lo que «debe ser y hacer» un hombre, para dar paso a la atenuación de las identidades: de tal manera que fenómenos como las formas de conducta se diluyen entre los extremos genéricos.

En este trabajo plantearé primeramente cómo se construye la identidad de los géneros. para pasar después al problema de la crisis del modelo cultural actual y finalmente, a manera de conclusión, podremos plantear cómo se puede enfrentar, aunque no resolver, esta problemática. Debo partir de la consideración de que lo que determina la identidad y comportamiento de mujeres y hombres no es el sexo biológico, sino el hecho de haber vivido desde el nacimiento las experiencias, mitos, ritos y costumbres atribuidos a alguno de los géneros.

Los diversos estudios sobre la construcción del género apuntan que ésta se desarrolla en tres etapas: la primera considerada como la «asignación de género», que se adquiere en el momento del nacimiento, cuando sobre la base de la identificación genital cargamos inmediatamente un contenido cultural que se traduce en expectativas de lo que el bebé como niño o niña debe ser y hacer; es más, se llega a considerar que desde que la madre está embarazada, tanto ella como el padre empiezan a construir la identidad del feto en función de las formas de conducta idónea de acuerdo al sexo del o la bebé que esperan.

La segunda fase, considerada como la «conformación de la identidad de género» se adquiere en el núcleo familiar, en una edad promedio de los dos a los cuatro años del niño o niña; en esta etapa tanto el padre como la madre y las personas cercanas refuerzan los patrones establecidos culturalmente para los géneros como núcleo de identidad, pese a que los y las pequeñas no conocen aún la diferencia anatómica de los órganos sexuales.

La tercera etapa se da con la socialización de los niños y las niñas. Generalmente se adquiere al ampliar su núcleo familiar y entrar en contacto con otros grupos que pueden ser el grupo escolar; aquí no sólo se refuerzan las identidades, sino que se aprenden los roles de género como conjunto de reglas y disposiciones que la sociedad y la cultura dictaminan sobre las actitudes y acciones de mujeres y hombres, haciéndose claro no sólo qué esperamos de un niño o de una niña, sino también «qué son y qué deben hacer», así los parámetros de la reproducción de los roles de género se refuerzan y asumen. Esta tercera etapa es la de la «adquisición del papel de género».

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Si tomamos en cuenta esta construcción, podemos decir que la identidad masculina o femenina puede ser conceptualizada y visualizada desde la posición particular que se tiene a partir de los contextos en que vivimos y en las interacciones que tenemos a lo largo de nuestra vida, y no a partir dc los atributos adjudicados a lo que se considera «femenino» o «masculino», es decir, la identidad de género es relativa a la posición que las mujeres y los hombres ocupen en determinados contextos de su interacción.

La identidad la podemos considerar como la diferenciación que las personas pueden establecer entre ellas y los demás, y entre ellas y la sociedad, lo que implica una posición desde la cual se mantiene un diálogo con lo social, de tal manera que la identidad no puede construirse a partir de cero y desde la nada; se construye a partir de la conciencia de sí que un individuo o colectivo tenga.

Ahora bien, cuando una identidad no puede conseguir su saber histórico se enferma, se siente amenazada, sufriendo carencia de identidad que se manifiesta cuando una persona o grupos de personas sufren por el desconocimiento que sienten y que tienen sobre el significado de su existencia; no logran identificar el sentido de lo que sienten, desean. piensan, hacen o producen; o bien el sentido que les da a estos sucesos no los o las satisfacen, por eIlo sienten la necesidad de restablecerse, de buscar nuevas soluciones.

Esto es lo que sucede ahora con nuestras identidades: están en desequilibrio, porque cuando las sociedades están estables o por lo menos no se percibe desestabilización alguna, las estructuras comportamentales se afirman y refuerzan de tal manera que las formas de conducta determinadas y establecidas cultural mente nos parecen «naturales» y las solemos convertir en «hábitos».

Ya Aristóteles en la Retórica hablaba del hábito como lo más cercano a la naturaleza y que nos hace a los seres humanos ser virtuosos, Esta concepción que une hábito con naturaleza es aún muy fuerte, de tal manera que pensar en romper los hábitos se considera como transgresión moral, como ir contra la naturaleza y nos aleja de la virtud; pero lo que hay que tomar en cuenta es que los hábitos también se construyen culturalmente y que por lo tanto son modificables.

Bajo esta concepción pensemos ahora en nuestra cultura, la cual está fundamentada en la organización jerárquica de los sexos, que decide, entre otras cosas, las pautas de natalidad atendiendo a razones económicas, culturales o étnicas; que arroja a las personas a la miseria ya la marginación. Es una sociedad que induce al sufrimiento, a la enfermedad o a la autodestrucción de los individuos. Nuestra sociedad ha sido incapaz de asegurar la vida, de ahi el malestar, el sufrimiento y el descontento de tantos hombres y mujeres.

El mundo supuestamente «moderno», en que vivimos no puede cerrar los ojos a los contrastes en que ha fundado su crecimiento, Nos referimos a fenómenos como la criminalidad, el mundo de la droga, la violencia en todas sus expresiones, la locura, la corrupción y burocratización de sus instituciones, los cinturones de miseria, el racismo, la intolerancia, y un problema más grave aún, el de la pobreza, que se identifica como una forma extrema de exclusión de los individuos de los procesos productivos, de la integración social y del acceso a las oportunidades. El mundo moderno ha generado una distribución desigual de la riqueza, un reparto inequitativo de oportunidades y un acceso social y sexualmente diferenciado a los resultados del progreso.

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Con todo esto, nuestra realidad se nos presenta tan fragmentada que dificilmente podremos reconstruirla y permitirnos una imagen coherente de ella. Resulta evidente que vivimos uno de esos momentos en que la necesidad de cambios se hace apremiante, en que la búsqueda de respuestas se intensifica, pues nuestro estado de equilibrio se tambalea ante fenómenos incontrolables como la revelación y defensa de las etnias, la creación de estados, fronteras y centros de poder por el submundo de la droga etc.

Los políticos están inmersos en procesos judiciales obligados por la ciudadanía, las múltiples migraciones han desbordado las fronteras generando culturas híbridas. Aunado a esto, nuestros parámetros económicos no responden a las leyes convencionales y no se ha resuelto el problema de la pobreza.

Ante tanta incertidumbre, no podemos saber certeramente bajo qué figuras conformaremos lo nuevo, pero lo que sí sabemos es que en estos momentos de cambio lo ya pensado y establecido pierde su carácter de fundamentación, se convierte en pasado, es historia.

Esto es precisamente lo que nos hace buscar el cambio, pues nuestra inquietudes y preguntas ya no hayan sus respuestas en los modelos de nuestra cultura tradicional; situación que nos pone en estado de angustia, de ansiedad flotante como consecuencia del peligro que sentimos ante nuestra realidad desfigurada, en crisis.

En esta situación y con respecto al género, podemos apuntar que en las sociedades en crisis la conformación de los géneros no está determinada, Ios parámetros de conducta están en transición y las jerarquías valorativas invierten. Todo esto significa que no hay patrones a seguir, que no existe modelos que nos determinen, que nuestras formas de conducta están cambiando, esto es, que nuestro paradigma cultural está en crisis, dándose una tensión entre los factores que se niegan a morir y los que están surgiendo, de ahí el miedo, la resistencia y la incertidumbre.

Estos desajustes, desequilibrios y cambios traen como consecuencia dos puntos de vista opuestos: uno que podríamos considerar negativo, identificado como la falta de guías conductuales que pueden desestabilizar la formación de los niños y niñas, es decir, que no tenemos claridad, ya no digamos de su preferencia sexual, sino tampoco de su identidad genérica.

Ante la ropa unisex, ante la moda del cabello largo para ambos géneros (que en otras épocas ya existió), el uso de accesorios como aretes y collares para chicas y chicos (que con el movimiento de los hippies se dio también), ante la apertura para que los homosexuales y las lesbianas reclamen sus válidos derechos como seres humanos, ¿,cómo podremos conformar nuestra identidad de género? Esta es una inquietud más en la etapa de transición, pues para que nuestras identidades puedan volver a definirse es necesario pasar por una etapa desajuste y desequilibrio.

Semejante situación es precisamente el punto de vista positivo, porque en los momentos críticos es cuando se puede incidir tratando de reconstruirnos y construir nuestras generaciones realmente como seres humanos, más allá de sus diferencias sexuales, no importándonos cómo sean o actúen las personas, pues lo importante será cómo se relacionen.

La tarea para recuperar la identidad consistirá entonces en rastrear de cerca. a través de la memoria, la experiencia de la vida; pero ahora serán las personas mismas quienes decidan su propio significado. Se trata de recuperar para sí su vida. su conciencia histórica; resignificando la existencia, lo que implica encontrar el lenguaje propio para conceptualizar lo que creemos o sentimos y que hasta ahora ha estado nominado por el otro u otros.

En la construcción de las identidades de género los cambios deben originarse a nivel conceptual, transformándose las concepciones sobre la sexualidad, la familia, el trabajo, el tiempo o el espacio, para que puedan modificarse las actitudes. lenguajes, sentimientos, necesidades, percepciones e interacciones.

Tendremos que actuar con mayor responsabilidad y actuar de acorde a nuestros pensamientos, no se trata de que cada quien haga lo que quiera, sino de que hombres y mujeres nos responsabilicemos por igual de nuestras formas de vida y por lo tanto de nuestras formas de conducta. con una coherencia que transforme nuestra existencia misma.

Para ello la perspectiva de género nos permite vislumbrar un horizonte diferente. tal vez más certero, que nos puede inclinar a conformar una cultura mejor; pues uno de los propósitos de estas investigaciones es proyectar una mirada hacia el futuro, nuestro futuro, como apunta Marta Lamas’.

Al estudiar los sistemas de género aprendemos que no representa la asignación funcional de papeles sociales biológicamente prescritos sino un medio de conceptualización cultural y de organización social», lo cual nos puede permitir no sólo vislumbrar, sino propiciar el cambio.

Fuente: Gonzáles Butrón, María Arcelia y Núñez Vera, Mirian Aidé, coordinadoras, Mujeres, género y desarrollo, Michoacán, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Equipo de Mujeres en Acción. Centro Michoacano de Investigación y Formación «Vasco de Quiroga», Universidad Autónoma de Chapingo, Centro de investigación y Desarrollo en el Estado de Michoacán, 1998, pp. 465-469.

Silvia Chauvinhttps://www.mujeresdeempresa.com/
La Arquitecta Silvia Chauvin es editora de Mujeres de Empresa, escribe sobre temas de tecnología y redes sociales.

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