En Varones, sexualidad y reproducción, Lerner, Susana (ed.) El Colegio de México Centro de Estudios Demográficos y de Desarrollo Urbano, Sociedad Mexicana de Demografía México, 1998.
Estos breves comentarios finales no pretenden resumir la variada, rica y compleja discusión tenida en este excelente coloquio sobre sexualidad y reproducción masculina.
Pretendemos más bien destacar algunos aspectos de la discusión que tratan específicamente de cómo dos disciplinas, la antropología y la demografía, han abordado o ignorado las diversas dimensiones e implicaciones de la sexualidad masculina.
Antropología y demografía: ¿diálogo de sordos?
Quisiera empezar reconociendo la complejidad y la novedad del tema y sobre todo la ausencia de paradigmas y de modelos validados en torno al tema de la masculinidad, la reproducción y la sexualidad masculina.
Al respecto creo pertinente recordar lo que decía García Márquez en Cien Años de Soledad: Las cosas eran tan nuevas que no había nombres para ellas; había que señalarlas con el dedo y después ponerse de acuerdo en cómo nombrarlas.
La novedad, obviamente, no se refiere a los fenómenos de la reproducción y la sexualidad masculina, sino a nuestra falta de teoría y conocimiento sobre sus determinantes y características. Me da la impresión de que gran parte de la discusión se origina en que estamos «señalando con el dedo» varias cosas para las que no tenemos nombres o tenemos nombres que encierran conceptos confusos sobre los cuales todavía no nos hemos puesto de acuerdo. Eso nos obliga a un ejercicio de modestia y de rigurosidad para priorizar y valorizar la investigación y la información empírica.
En la historia de la ciencia, especialmente en las ciencias sociales, es común comprobar que cada vez que se «descubre» un nuevo tema o se abre un campo nuevo, empiezan a dominar las interpretaciones ideologizadas sobre el mismo, con ausencia del dato empírico y poca o insuficiente evidencia real. Creo que todavía es muy difícil plantear grandes globalizaciones, teorías «sombrilla» para abarcar el complejo campo de la reproducción a sexualidad masculina, y que resulta mucho más productivo empezar a bajar en el nivel de la investigación empírica, de la acumulación de evidencias y del diálogo interdisciplinario al que me voy a referir después.
El primer punto que debe destacarse entonces, es que, a pesar de los avances empíricos presentados en esta reunión, nos enfrentamos a realidad sin teoría, la que es necesario construir a partir de una base empírica más sólida y de la discusión teórica en torno a esta evidencia.
¿Sordera conceptual?
Los temas de reproducción, sexualidad y género han sido tratados tanto por la antropología como por la demografía. La sordera entre ambas disciplinas no se basa por tanto en la ausencia de temas de interés común. Nuestra hipótesis es que ésta se debe más bien a la forma de concebir los conceptos clave en torno a la reproducción, la maternidad, paternidad y la sexualidad por parte de cada disciplina. Se trata de una sordera epistemológica.
Consideremos algunos ejemplos
El concepto de fecundidad, pieza clave del proceso de reproducción, es para la demografía un concepto esencialmente biológico y centrado en la mujer como reproductora (Townsendd, 1994). Para la antropología, el concepto clave es el de maternidad con especial énfasis en la reproducción social como proceso más amplio que incluye, pero no se agota en la producción biológica. Aunque habitualmente coinciden, la maternidad biológica y la maternidad social son dimensiones culturalmente definidas y diferentes.
Aún en las sociedades contemporáneas, por ejemplo en el caso madres adolescentes, por condicionantes socioculturales, la madre de la adolescente asume el rol de «madre social» del nieto o nieta. Respecto de la paternidad la sordera interdisciplinaria es aún más complicada. Si bien la conexión biológica entre madre e hijo se reconoce en la mayoría de las culturas como la base de la maternidad social (excepto en el caso de hijos adoptivos), el reconocimiento de la paternidad social es mucho más variado y menos dependiente del vínculo biológico (Guyer, véase su trabajo en a publicación).
El concepto de «fecundidad masculina» es también inexistente en demografía por lo problemático de establecer con certeza el vínculo biológico entre padre e hijo debido, principalmente, a una mayor variabilidad de la conducta sexual masculina y un menor control social sobre ésta y la mayor ambigüedad del rol paterno. La antropología ha mostrado una enorme variabilidad intercultural en las obligaciones y roles adscritos al padre; soporte económico, socialización, protección, educación laboral, etcétera (Whiting, 1963).
Otro ejemplo relevante es el tratamiento de la nupcialidad y el matrimonio. En la demografía la nupcialidad es tratada como categoría transcultural homogénea (Hirsch, 1995). Su principal efecto es postulado en relación con el nivel de la fecundidad, pues casi toda esta última es definida como fecundidad marital. Para la antropología el «matrimonio», o mejor dicho, la unión o cohabitación, es extremadamente variable en cuanto a su duración, edad de inicio, obligaciones recíprocas, distribución de roles domésticos (y por tanto valor/costo relativo de los hijos según género) y normas de exclusividad sexual. Todo ello incide directa o indirectamente en el tempo y nivel de la fecundidad.
En el enfoque demográfico, el valor predictivo de la nupcialidad (edad a la unión, duración de la misma y proporciones de uniones) como determinante de la fecundidad es tanto mayor cuanto más se acomode la nupcialidad al modelo tradicional occidental de matrimonio (monogámico, estable y excluyente de actividad sexual extramarital). De paso habría que cuestionarse si este modelo normativo ha existido en la realidad con la consistencia que se le atribuye aún en las sociedades «occidentales y cristianas». Numerosos aportes de la demografía histórica dan cuenta de una importante proporción de hijos «ilegítimos» en las colonias españolas de América durante los años de la inquisición (Manarelli, 1993).
El segundo determinante de esta sordera interdisciplinaria es metodológico. La antropología y la demografía tienen tradiciones metodológicas divergentes. La demografía ha tenido un avance técnico muy fuerte en la medición de niveles y tendencias de lo que se considera que son las tres variables tradicionales en la demografía: la mortalidad, la natalidad (incluyendo la nupcialidad) y la migración. El enfoque positivista y cuantitativo ha sido priorizado en la demografía y, el estilo de análisis consiste en comparar tendencias y diferenciales según categorías espaciales y sociales.
La antropología, por otro lado, ha enfatizado desde la época de Kroeber el relativismo cultural, tratando de explicar la cultura en sus propios términos, lo que ha tomado mayor fuerza recientemente, con base en un enfoque interpretativo que toma los hechos culturales como construcciones sociales. Se trata de «la interpretación de la interpretación» como señala Roberto Castro en su trabajo incluido en esta edición.
Pero, ¿son éstas, diferencias insalvables?, o más precisamente, ¿constituyen barreras infranqueables que obliguen a mantener la sordera y la miopía entre estas disciplinas. Considero que no, que más bien esta sordera con-ceptual y metodológica ha determinado una serie de limitaciones o «mio-pías» que han impedido a los investigadores de una y otra disciplina tener en cuenta los avances y aportaciones de ambas en temas de interés común como puede ser el de la sexualidad masculina y la paternidad. A continuación quisiera dar tres ejemplos de corno las teorías demográficas, que son centrales para entender la dinámica poblacional desde el punto de vista cuantitativo, pueden ser de gran valor heurístico para reorientar los enfoques antropológicos que busquen explicar qué hay detrás de esas tendencias y niveles.