Aunque, cuando nos casamos, solemos imaginar que es “para toda la vida”, hay muchas posibilidades de que esa premisa no se cumpla.
Por un lado, es previsible que uno de los cónyuges muera antes que el otro. Para el sobreviviente, se verificará la dolorosa realidad de que su matrimonio no fue para toda la vida.
En muchos otros casos, el vínculo se interrumpe por divorcio.
Las consecuencias del divorcio
Para pensar las consecuencias de que una unión soñada “para toda la vida”, termine en divorcio, es necesario hacer algunas preguntas:
- Si hay hijos, ¿cuál es la relación que cada miembro de la pareja en crisis mantiene con ellos?
- ¿Es posible hacer acuerdos básicos para que los chicos queden al margen de cualquier disputa?
- ¿Son iguales las consecuencias del divorcio, según quién haya tomado la iniciativa de terminar la relación?
- ¿Es lo mismo si se trata de dos personas hastiadas de la convivencia, que cuando el divorcio es consecuencia de que alguno de ambos haya iniciado una relación con una tercera persona?
- ¿Qué pasa si uno se resiste a la separación y al divorcio?
- ¿Y cuando existe violencia física?
- ¿Y cuando se sospecha de la existencia de actitudes fraudulentas contra el patrimonio? ¿Y cuando no se sospecha, pero el fraude, efectivamente, existe?
Al dolor y la incertidumbre de la separación se suman, muchas veces, reproches cruzados y peleas que agravan el cuadro.
El “buen divorcio”, o divorcio colaborativo
Para armar un matrimonio hacen falta dos. Para desarmarlo adecuadamente, a través de un “buen divorcio”, también. ¿Qué es un “buen divorcio”? Acaso asumir que fracasamos en un proyecto que iniciamos para toda la vida…
Posiblemente, permitirnos vivir un gran dolor, sabiendo que -de esa forma- nos ganamos el derecho a un nuevo gran amor…
En un “buen divorcio”, las dos partes pierden. Pero lo más importante: saben que pierden, y lo aceptan, porque un “buen divorcio” no es una situación de «ganar-ganar», como se propone, en general, en las mediaciones: en un “buen divorcio” las partes asumen que deben compartir las pérdidas.
No es fácil de aceptar, al comienzo, un “buen divorcio”. Siempre está la tentación de lograr que el otro pierda más, sea por despecho, por venganza o por competencia.
En algunos casos resulta imposible concebir siquiera la idea del divorcio: se plantea entonces la pretensión de que la promesa inicial de una relación para toda la vida se mantenga inalterable, cueste lo que cueste. Aun si eso significara quitar la libertad y la alegría al otro, y con ello también la propia.
Cómo armar un “buen divorcio”
El divorcio es un proceso que comienza, se desarrolla y termina. Sí, aunque para quienes estén viviendo un divorcio complicado parezca imposible, sepan que… ¡el divorcio, alguna vez, termina!
Medidas precautorias
Durante el proceso, muchas veces, es necesario tomar recaudos especiales para proteger el patrimonio y el futuro propio y/o de los hijos. Y cuanto antes se adopten las medidas de protección, menos riesgo existirá de que alguno de los cónyuges sufra un daño irreparable.
Es posible prever que, en especial el esposo, se endeude fraudulentamente, a través de manejos contables que sólo tienen apariencia de verdad, pero que, en definitiva, persiguen el único objetivo de aparecer en una posición peor a la real, sea para pagar menos alimentos, o para utilizar parte del patrimonio conyugal para solventar una deuda respecto de la cual él es, en definitiva, el verdadero beneficiario.
También es posible que se produzca un intento de ocultar el patrimonio a través de sociedades (sean extranjeras –especialmente sociedades offshore- o nacionales) o mediante actos simulados, en los que, muchas veces, los testaferros son los propios parientes más próximos.
Lo grave de todo esto, además del riesgo patrimonial para la víctima, es que luego va a ser muy complicado el proceso de recomposición del patrimonio y a veces va a resultar imposible recomponer la relación personal, que, especialmente habiendo hijos, resulta tan importante preservar.
La experiencia cotidiana demuestra que las más groseras simulaciones, fraudes y actos de agresión contra el patrimonio conyugal, tienen lugar como consecuencia de una actitud extremadamente ingenua de la esposa, que cree que cualquier acto de control de su parte podría dar lugar a una reacción de su cónyuge que la puede perjudicar aun más. “Si él se entera de que lo estoy controlando me mata” es la frase más gráfica de quien no cree, realmente, que le puedan quitar la vida, pero sí se imagina las siete plagas, manejadas por su marido, en caso de que ella ose saber cómo evoluciona el patrimonio familiar.
Así es como muchas veces, el marido “dopa” a su esposa ofreciéndole una atractiva cuota alimentaria (para ella o para los chicos) y, de palabra, le promete el oro y el moro (esto último, en sentido totalmente figurado) siempre y cuando ella no ose, siquiera, hacer una consulta con un abogado.
Así pasa el tiempo, hasta que se produce un reacomodamiento en las finanzas y el patrimonio del marido que ya no se puede volver para atrás, y que condena a la esposa (y a veces a los hijos) a un descenso definitivo en su nivel de vida o de ahorro.
El exceso de candidez, la espera por largo tiempo de una negociación que nunca llega, son en general los ingredientes que generan un daño irreversible, no sólo a los intereses económicos, sino también a lo que puede quedar de buena relación entre las partes.
Porque, tarde o temprano, quien fue perjudicado en sus intereses, va a reaccionar. El tema es que, si reacciona tarde, sólo va a poder expresar su frustración, pero no va a poder recuperar lo que perdió en el camino.
Entonces, ni inseguridad y blandura en la defensa de lo propio, ni arbitraria sensación de impunidad que lleve a desconocer los derechos del otro.
En el camino del medio de esas dos conductas extremas se hallan las claves para transitar un “buen divorcio”.