¿Sabía usted que los idiomas tienen sexo? ¿Que el árabe y el español son los idiomas más sexistas y el finlandés el menos sexista?
Esto que parece tan extraño, se debe a la casi inexistencia dentro de algunos idiomas de términos neutros que permitan nombrar algo sin asociarlo a lo femenino o lo masculino y en la práctica se usa el masculino como sinónimo de lo universal.
Tal vez usted nunca se ha detenido a pensar en esto y no le choca que se use el género masculino para referirse a hombres y mujeres y que la palabra niños se refiera a niños y niñas. Este uso aparentemente inofensivo no sólo invisibiliza a las mujeres, tampoco da cabida a sus experiencias y vivencias en las actividades en que participan conjuntamente.
El lenguaje es un atributo que diferencia a los seres humanos de los animales, gracias al cual pueden tomar distancia del presente, de su realidad inmediata, recordar el pasado y anticipar el futuro. Gracias al lenguaje las personas comunican sus sentimientos, sus valoraciones e interpretaciones de la realidad.
En la medida en que reconstruye la realidad, el lenguaje expresa las desigualdades que caracterizan a una sociedad. El uso del género masculino para referirse a las personas pone al descubierto el mayor poder y prestigio de los hombres en casi todas las sociedades.
El idioma es algo vivo, está en permanente cambio y la experiencia de las nuevas generaciones lo va enriqueciendo y modificando.
Un significativo movimiento de mujeres ha puesto en cuestión el sexismo del lenguaje y se ha propuesto no sólo cambiar la posición de la mujer y transformar positivamente las relaciones entre hombres y mujeres sino que también se ha comprometido a plasmar estos cambios en el lenguaje. Esta tarea reviste gran importancia, ya que el lenguaje contribuye a perpetuar la discriminación.
Argumentos para el cambio quiere contribuir al proceso como una forma de avanzar en la democratización de las relaciones entre hombres y mujeres en todos los planos, desde la intimidad, la familia y la economía… hasta el lenguaje.
El poder de la palabra
Como dice la investigadora catalana Eulalia Lledó «la lengua, además de expresar la realidad, la estructura». La lengua condiciona y limita el pensamiento, la imaginación y el desarrollo social y cultural. Ampliar y flexibilizar el lenguaje para lograr que nombre las nuevas realidades sociales resulta fundamental.
Cuando nombramos a una persona, le damos nombre a un paisaje, a una sonata, a un tipo de viento, resaltamos su existencia, la individualizamos, afirmamos su singularidad. Al contrario, las personas o cosas que no se nombran permanecen como telones de fondo, ocultas y entreveradas.
Este proceso de reconocimiento a través de la palabra no sólo trasluce las representaciones de la realidad que tiene una cultura sino que influye en el poder y estima personal de las distintas colectividades e individuos.
El hecho de que frecuentemente los profesores recuerden más los nombres de los varones del aula expresa no sólo la mayor valoración y las expectativas frente a ellos, sino también se constituye en un mecanismo de desmotivación de las mujeres frente a su futuro.
Al hablar sólo de médicos, arquitectos o ingenieros se está negando la existencia de las profesionales mujeres e induciendo a un menor reconocimiento y confianza hacia sus capacidades por parte del medio social.
Ahora bien, los idiomas actuales tienen una historia, emergieron en períodos en que la realidad era diferente. Por eso mismo, cuando las nuevas generaciones aprenden una lengua están interiorizando un conjunto de valores, actitudes, conocimientos y prácticas sociales que aunque no se correspondan con los del presente, influyen en la organización e interpretación de su experiencia, su medio y las personas que les rodean.
Todavía opera la percepción de la mujer como propiedad del hombre en noticias periodísticas del tipo «la mató porque la amaba».
Si se trata a las trabajadoras de señoritas o a sindicalistas mujeres de féminas se las está desvalorizando como trabajadoras y banalizando su participación en acciones públicas a favor de los trabajadores.
No obstante, al mismo tiempo que permanecen expresiones que no se adecuan a la realidad actual emergen nuevas expresiones y conceptos que cristalizan las transformaciones sociales en curso y las nuevas relaciones de poder en las sociedades.
Hace veinte años por ejemplo, la palabra «ministra» no tenía su reflejo en la realidad chilena, hace diez años, muchas veces se hablaba de la «señora ministro», pero hoy ya no es extraño decir ministra porque hay cinco en el Gabinete.
El porcentaje de ciudades norteamericanas donde se habla español y la aparición de palabras en este idioma en el uso corriente son consecuencias de la migración de latinos y de la fuerza de sus costumbres.
La generalización del idioma inglés manifiesta la hegemonía de Estados Unidos y de Inglaterra sobre el resto del mundo. Su hegemonía en la producción de tecnología y su generalización se expresa en la cantidad de palabras inglesas que hemos introducido en el castellano. En épocas pasadas el latín era la lengua más prestigiada expresando el poder de la iglesia.
El lenguaje también crea realidades
El lenguaje es un producto social que acumula y expresa la experiencia de las comunidades concretas. La lengua, socialmente construida, influye en la forma en que una sociedad se percibe a sí misma y a sus integrantes.
La palabra escrita y los medios de comunicación amplían la influencia del lenguaje cuyo alcance no se limita ya a la relación cara a cara, cotidiana, de las personas. Los libros, las revistas, la radio y la televisión transmiten una serie de creencias, valores y actitudes que configuran nuestras concepciones del mundo y nuestra percepción de la realidad.
Decir dama a las profesionales, madres a las mujeres, en el primer caso subordina las profesionales al hecho de ser mujer, y en el segundo, reduce a la mujer a su única dimensión de madre.
A través de las palabras, los mitos y las narraciones se va moldeando la subjetividad individual y colectiva en una sociedad. Cuentos como el de la cenicienta, por ejemplo, estimulan la sumisión y entrega de las mujeres, mientras que el gato con botas desarrolla el espíritu aventurero y audaz de los hombres.
A lo largo de la historia es más común encontrar la palabra «bruja» referente a un personaje femenino que la palabra «sabia», aunque en ambos casos estamos hablando de alguien que tiene acceso a conocimientos poco comunes. En el primer caso la connotación es negativa y en el segundo positiva y es evidente que en la imaginación de las generaciones de niños y niñas que han escuchado esos relatos se perfila «sabio» como un hombre bueno y «bruja» como mujer mala.
Podemos decir entonces, en palabras de Mercedes Bengoechea, «todo cambio lingüístico tiene su origen en transformaciones sociales y éstas, a su vez, se ven reforzadas y alentadas por los cambios en la lengua».
Esto quiere decir que en la medida en que las mujeres se han incorporado fuertemente en todos los espacios de la vida social han surgido nuevas palabras destinadas a nombrar esa nueva realidad como por ejemplo «Embajadora» ya no quiere decir «esposa del embajador» sino «una representante de su país en otro».
Esto es algo que comprendió la UNESCO cuando promovió la feminización de todas las profesiones y consideró correcto decir «abogada» «ingeniera» y otras.
Un cambio voluntario
De manera voluntaria podemos contribuir a eliminar los rasgos sexistas en el lenguaje que usamos todos los días y paulatinamente enriquecer el idioma con nuevos términos y nuevas expresiones.
En la conversación diaria podemos estar atentos a los términos que implican discriminación hacia las mujeres; cuando escribimos podemos hacer esfuerzos por buscar sinónimos y frases que hagan más clara la comunicación, por ejemplo no decir niños, sino la infancia, no decir ciudadanos sino la ciudadanía, no decir «el hombre» sino «la humanidad».
También es importante que aprendamos a hacer humor basado en otros temas y situaciones que no sean necesariamente «la suegra», «el gay» o «la mujer» considerada como un estereotipo.
Hay muchas situaciones a las cuales es posible sacarle su lado divertido, sin necesidad de recurrir a las típicas situaciones sexistas, pero se necesita más imaginación. De eso se trata, de innovar.