Quién más, quién menos, todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos aburrido.
Nos aburrimos cuando no podemos hacer lo que queremos hacer o cuando tenemos que hacer algo que en verdad no tenemos ganas de hacer, cuando lo que hacemos se vuelve reiterativo, o cuando ni siquiera tenemos idea de qué queremos hacer.
Podemos aburrirnos de las personas, de cosas, de relaciones, de nuestra cotidianidad.
Aunque nuestra búsqueda se oriente hacia el encuentro del bienestar, la satisfacción, el enriquecimiento personal, en algún momento, nos aburrimos.
“Cuando deseo lo que no tengo, sólo obtengo sufrimiento, y que cuando el deseo es satisfecho, sólo obtengo aburrimiento”
Schopenhauer
El contexto que nos rodea nos impulsa, nos empuja hacia lo nuevo. La caducidad de las cosas, actividades, personas, trabajos, relaciones es prácticamente inmediata. Y lo «nuevo» viene de la mano de la garantía/promesa de que nos permitirá alcanzar finalmente aquella satisfacción harto perseguida.
Caemos entonces, en la trampa de que «lo nuevo es viejo tan pronto ha caído en nuestras manos». Vuelta a foja cero.
Cierto es que esta carrera hacia la obtención de lo nuevo, nos ha entrenado magníficamente en etiquetar como «aburrido» toda aquella cosa que no despierte nuestro interés.
El Aburrimiento Laboral
Los psicólogos describen el aburrimiento en el trabajo como un estado emocional de insatisfacción que no radica solamente en el tipo de actividad que se realiza, sino, sobre todo, en la falta de satisfacción que produce realizar ese trabajo y en la percepción que tenemos de él (por ejemplo, de perder el tiempo en algo que no nos interesa, pero que debemos realizar indefectiblemente si a fin de mes queremos poder pagar nuestras cuentas).
En rigor de la verdad, ¿qué quiere decir, exactamente, aburrimiento?: Cansancio, fastidio, tedio, originados generalmente por disgustos o molestias, o por no contar con algo que distraiga y divierta.
Un buen día, el aburrimiento entra en silencio y en puntitas de pie, inmiscuyéndose en nuestro trabajo. Miramos nuestro escritorio y llegamos a la tan temida conclusión…»estamos aburridas/os».
¿Habrá sido la rutina? ¿La monotonía? ¿La falta de desafíos? ¿La facilidad con la que resolvemos las tareas? ¿O se debe a la sobrecarga de trabajo que nos abruma, pero que no deja de ser rutinaria? ¿Serán las malas condiciones laborales? ¿Los compañeros de trabajo? ¿Nuestras limitaciones para crecer y demostrar capacidad de manejar otras y más entretenidas responsabilidades?
Cierto es, también, que muchas veces son las propias empresas las que, en su manera de organizarse, en el establecimiento de sus objetivos, la manera de impartir órdenes y distribuir el trabajo, omiten factores tan vitales como la motivación, o la propensión a crear oportunidades de crecimiento y ascenso, promoviendo así camino del tedio y desaliento entre su personal.
Para que un empleado se sienta motivado, su trabajo debe tener una cierta lógica, en el sentido de poder comprender no sólo cuáles son sus tareas y responsabilidades, sino además pudiendo tener una mirada más global -«macro», si queremos- con respecto a la empresa, cuál es el lugar que ocupa en ésta, y qué se espera de ella/él.
El claro establecimiento de metas y objetivos comprensibles, alcanzables en un período de tiempo razonable, desafiantes y para los cuales se cuenta con los recursos necesarios, es otro de los principales motivadores y «repelentes» del aburrimiento laboral.
Teniendo en claro qué, cómo, y hacia dónde, presupone una concentración de ideas, energías y un actuar proactivo en lugar del pasivo aburrimiento del empleado.
¿Cuál es el impacto más notorio del aburrimiento sobre la persona en el ámbito laboral? Generalmente, quien está aburrido en su trabajo convive con sensaciones encontradas de enojo, culpa, fracaso…e impaciencia, mucha impaciencia.
A eso le sumamos la progresiva baja tanto en la calidad del trabajo como en los niveles de productividad, una actitud de descuido o desdén, y el ausentismo.
La conjunción de estos factores no hacen más que perpetuar un círculo sin fin que deja a la persona entrampada, ya sea en su propia culpabilidad, o en la responsabilidad que le adjudica a la empresa, ya sea por no tomar en cuenta sus capacidades o por no motivarlo, lo cual puede llevarlo a tomar dos decisiones: conservar su rutinario trabajo bajo la ley del menor esfuerzo, o lanzarse al mercado en búsqueda de las tan anheladas motivación y adrenalina.
Sin ir más lejos, las empresas comienzan a vislumbrar la complicación que lo «descartable» de una posición puede resultar para sus empleados, especialmente para los más jóvenes, quienes se rigen bajo el lema «lo que quiero ya» y tienen una mirada de corto plazo hacia su trayectoria laboral y, consecuentemente, de lo que esperan –e incluso están dispuestos a demandar- del mercado, con tal de no sentir que se estancan, que pierden el tiempo… que se aburren.
En el caso de la primera opción, estaríamos, tristemente, enfrentando la posibilidad de que personas aburridas y no complacidas, conformen una empresa aburrida e improductiva, cuyo destino inevitable es la lenta desaparición.
¿Cómo darle batalla al aburrimiento en el ámbito del trabajo? Inevitablemente, este combate está estrechamente ligado a la motivación (aquello de «disponer del ánimo de alguien para que proceda de un determinado modo»).
Ya sea que ésta provenga desde el afuera (un cambio de posición, ambiente de trabajo, nuevos colegas o superiores, incluso metas a cumplir) o desde el adentro (utilizando la necesidad de lo novedoso, del cambio, del dinamismo, para agudizar el ingenio, en lugar permitir que se sumerja en el profundo sopor del universo de lo aburrido), hay que tener en cuenta que esta lucha puede demandar cambios de hábitos así como aceptar disciplinas o dejar de estar aferrados a estructuras que ya no son de utilidad ni para uno, ni para la empresa.
Conclusiones
Estamos tan obsesionados por no evitar el aburrimiento, que terminamos cayendo en él.
Quizás el sobre estímulo al que estamos expuestos, nos aburra. Si admito que estoy aburrida/o, ¿hay algo que pueda hacer?
La mirada externa de un profesional podrá aportar a la empresa adolecida las alternativas posibles para canjear el peso de las horas interminables, la insatisfacción y la falta de rumbo, por un dinamismo productivo y direccionado.
Herramientas tales como la creatividad, la flexibilidad, la capacidad de planificar y animarse visualizar un camino de cambios, con metas y objetivos que representen logros tanto profesionales como personales, nos sacudirán, finalmente, de la modorra del aburrimiento.