De la Guerra del Golfo a la operación de Afganistán y a la anunciada intervención en Irak no se trata solamente de una política y una ideología «neo-imperial» de los Estados Unidos, sino de un complejo ajedrez de potencias en la geografía de los recursos estratégicos fundamentales.
En la última década asistimos al crecimiento de la defensiva estratégica de los EE.UU. y al surgimiento de nuevos actores en la escena geo-económica de Medio Oriente y de Asia Central, destacándose la contra ofensiva rusa, la consolidación de Irán, los vientos de inestabilidad en Arabia Saudita y el surgimiento del espacio euro-asiático.
La dificulatad política y social de los EE.UU. en cambiar de modelos energético empuja a los “halcones” de la Administración a una huída hacia las “guerras del petróleo y del gas” . Una serie de las cuales pueden estar asomando en el horizonte.
La Guerra del Golfo en 1991 ya es considerada como la “primer guerra por los recursos” después del fin de la lucha por la hegemonía entre los dos bloques que marcaron la segunda mitad del siglo XX. Fue la señal de que regresamos, en cierta medida, a las guerras geo-económicas típicas de la fase emergente del imperialismo del siglo XIX y primeras décadas del XX.
El evento del Golfo inspiró inclusive, a inicios del año pasado, mucho antes del 11 de septiembre, un libro del investigador Michael T. Klare en el que se habla, por primera vez, de un nuevo tipo de conflictos internacionales del siglo XXI. Una buena parte de la nueva geografía de las guerras de conquista y de posicionamiento, estará marcada por el control geo-estratégico de los recursos naturales fundamentales -energéticos (ya claramente visible en la cuestión del petróleo), sistemas acuíferos (puntos críticos en los ríos trasnacionales), minerales y forestales, advirtió Klare en «Resource Wars» (La guerra por los recursos).
Las interpretaciones políticas e ideológicas de la reacción al 11 de septiembre turbaron, en un primer momento, esta nueva realidad geo-estratégica pero, rápidamente, varios analistas norteamericanos llamaron la atención sobre el efecto logístico de la operación en Afganistán que permitieron a los Estados Unidos crear un corredor energético-militar en Asia Central, abarcando el territorio afgano y uzbequistano.
El eslabón más delgado
El por qué de Irak como blanco en este ajedrez no se relaciona sólo con los acontecimientos del 11 de septiembre, con la operación inacabada en 1991 por el padre del actual presidente norteamericano ni tampoco por las necesidades «keynesianas» de una economía en depresión y con mercados financieros en prolongada agonía.
Un motivo sensible tiene que ver con el hecho que Irak es actualmente el eslabón más delgado de la geografía de Medio Oriente y de Asia Central. El movimiento estratégico ensayado por Saddam Hussein a comienzos de los 90, de superar a Irán en la balanza del petróleo y del poder en la OPEP ocupado por Kuwait, se rebeló como un craso error para las ambiciones de Irak.
Paradójicamente, Irak, a pesar de las sanciones y de la guerra de palabras, es hoy el 5to. proveedor de petróleo de los EE.UU., siendo este último el principal cliente directo e indirecto de petróleo de Bagdad (se estima en un 45%, un millón de barriles diarios que van directo para los EE.UU.). Después de la derrota de 1991, Irak consiguió aumentar su producción de petróleo un 550%, de menos de 400 mil barriles diarios en 1992, pasó a 2,2 millones en el tercer trimestre de este año- lo que aún está lejos de su posición de 1990.
A pesar de ser un país con poco más de 22 millones de habitantes, recortado al norte y al sur desde la derrota de1991, es considerado la segunda reserva mundial de crudo (después de Arabia Saudita) y de tener una capacidad de producción que rápidamente podrá alcanzar los 3 millones de barriles diarios, plataforma desde la cual podrá intentar desafiar la posición exportadora de Irán. Eso lo convierte en una presa apetitosa.
Además, varios analistas norteamericanos, llaman la atención sobre el hecho de que los verdaderos destinatarios de la potencial operación Irak, serían otros. Dan los nombres de Arabia Saudita e Irán, los vecinos de Irak y Rusia.
Es el nuevo contexto geo-económico del petróleo y del gas en aquella parte del mundo lo que impulsa a la Administración norteamericana a romper con el legado diplomático y político-militar anterior y adoptar una política “neo-imperial” en la que se abandonan las acciones «defensivas» o de contra ataque, por operaciones «pro-activas» y «preventivas» decididas, de ser necesario, unilateralmente, como recientemente subrayaba G. John Ikenberry, un especialista de la Universidad de Georgetown, en un artículo polémico titulado “America’s Imperial Ambition”, publicado en la revista Foreign Affairs de este mes, dentro de un dossier sobre el 11 de septiembre.
La jugada rusa
Las consecuencias geo-estratégicas de la victoria en la Guerra del Golfo fueron muy diferentes de aquellas que, probablemente, sus estrategas deseaban. En los diez años transcurridos desde 1992, el escenario energético sufrió alteraciones que colocaron a los EE.UU. a la defensiva estratégica en relación a Medio Oriente y Asia Central.
Las acciones de contra ataque realizadas (como las recientes de Kuwait y Afganistán) y las «preventivas» (ofensivas) prometidas (como la que actualmente se anuncia contra Irak), son la tentativa de salir de esa situación y de pasar a una contra ofensiva estratégica en esa parte del mundo.
Tal vez el lector se sorprenda con esta caracterización de los EE.UU. en la defensiva estratégica que supone que el país ya alcanzó su pico histórico en su curva hegemonista. Pero analicemos la situación más reciente de la geografía del crudo y del gas, en la que los síntomas abundan –reposicionamiento de Rusia desde 1998, paulatina consolización de Irán, rebeldía en el “patio trasero” como el caso de Venezuela, surgimiento de China, inestabilidad en la monarquía saudita, activación de las redes terroristas globales dentro de su propio territorio.
El hecho más significativo de los últimos cinco años (al que se le ha prestado poca atención) fue la transformación de Rusia que, en términos de producción de petróleo, alcanzó su punto más bajo (6 millones de barriles diarios) en 1996.
El esfuerzo de inversión tecnológica, el desarrollo de grupos petroleros privados muy activos (como Lukoil y Yukos) y la estrategia de Transneft en la parte logística de los oleoductos, permitió a Rusia transformarse en el «desafiante» de Arabia Saudita, como recientemente refirió Edward Morse (quien perteneció a la Administración norteamericana al final de los años 70) en un artículo publicado en la revista Foreign Affairs (Marzo/Abril 2002).
Rusia alcanzó los 7 millones de barriles diarios el año pasado y rondará los 8 millones este año, habiendo superado, en los primeros trimestres, la producción de Arabia Saudita.
Un argumento adicional que espera utilizar a su favor, es la región del Mar Caspio, que permitiría a Rusia alcanzar, en el 2010, un pico histórico de 14 millones de barriles diarios, aportando esa parte de Asia, un 25%.
El Mar Caspio, sin ser un «segundo» Medio Oriente, puede equivaler, aproximadamente, a un «segundo» Mar del Norte en la geografía del crudo.
El surgimiento del Caspio
Las pequeñas potencias ribereñas del Mar Caspio que disponen de petróleo off-shore y de gas natural -como Azerbaiján y Kazakjstán, sobretodo en el petróleo y Turkmenistán en el gas- como también los pequeños países de «tránsito» del Cáucaso, como Georgia y Armenia, entraron en esta carrera y se debaten entre alianzas y proyectos con los rusos, turcos, iraníes y multinacionales francesas, italianas y americanas, entre otras.
Kazakjstán también definió una estrategia a 10 años esperando alcanzar la base de 3 millones de barriles diarios a partir de las inversiones masivas de varias multinacionales en el campo off-shore de Kashagan, el que deberá estar operativo en 2005/07.
Turkmetistán pretende potenciar sus reservas de gas natural en Dauletabad y poder alcanzar, para el 2010, una base cercana a los 4 millones de piés cúbicos por año (cerca de la mitad de lo que los rusos se proponen exportar en el 2005).
Los rusos parecen llevar la ventaja con el Consorcio del Caspio cuyo oleoducto comenzará a exportar de Kazakjstán a Novorossisk, en el Mar Negro, en Rusia, a fin de año y, con el oleoducto «Blue Stram» con la ENI italiana para exportar gas en dirección a Turquía, a partir de este otoño. Mientras tanto, los proyectos de TotalFinaElf con los iraníes para llevar el gas de Turkmenistán a Irán y el petróleo de Kazakjstán a Irán en el 2005, son jugadas importantes.
La afirmación de Rusia es parte de un movimiento de surgimiento de países No-OPEP en el escenario del oro negro. Desde el año 2000 es clara la inversión de la tendencia de la OPEP que venía creciendo desde los años 80. Después del reciente pico histórico de 1998, con casi un 41% de la oferta mundial, la OPEP regresó a los valores previos a la Guerra del Golfo (36,8% en 1990 e idéntico a la estimación para el 2002).
Ventana de oportunidad rusa
El liderazgo ruso tomó conciencia de que dispone de una ventana de oportunidad hasta el 2020, altura en la que alcanzará su pico de producción petrolera. A pesar de disponer de apenas el 5% de las reservas mundiales de crudo, Rusia desarrolló una estrategia doble – valorización del espacio euro-asiático, tratando de fidelizar a los clientes europeos, a través de la valorización logística del Mar Báltico y de oleoductos hacia Europa Central, como alternativa a los riesgos del Mar Negro y del estrecho del Bósforo y, de conexiones hacia Asia-Pacífico en dirección a China, Corea del Sur y Japón, países importadores netos de crudo y con enorme capacidad de refinación.
Adicionalmente, Rusia dispone del “as” del gas natural. Detenta el 32% de las reservas «comprobadas» de este recurso, 60% de cuya exportación la destina a Europa.